07 junio, 2015

[Paris à vélo] Día 3: Unas proteínas más, s’il vous plaît + Au revoir, París!

Aprovechando que Fon e Inés no trabajaban hoy, nos hemos ido los 4 a París. No teníamos muy claro dónde ir más allá de que a la 1 teníamos reserva para comer en el Barrio Latino. Al final nos hemos decantado por el Museo de Artes y Oficios y ha sido un acierto: es muy interesante y no había turistas. El museo tiene más de 200 años e incluso las vitrinas tenían historia. Tiene el problema de que está casi todo en francés y que la guía que te puedes descargar al móvil está en un popurrí de idiomas. Además, los puntos marcados para la audioguía no parecen coincidir con los de la aplicación. Aún así, con nuestros burdos conocimientos de francés hemos conseguido descifrar muchos de los carteles.

Lo que no hemos conseguido es saber qué nos estaba diciendo uno de los vigilantes cuando hemos continuado la visita hacia una ¿iglesia? que tenía dentro un péndulo de Foucault y una exposición de transportes (por que qué mejor sitio que una iglesia para poner unos andamios llenos de coches). Él señor nos estaba diciendo cosas y yo he pensado que nos pedía de nuevo los tickets, porque iba con un lector en la mano. Se los he intentado dar pero no los ha aceptado, sólo nos ha señalado con la mano el pasillo por el que habíamos venido. Luego nos han dejado pasar cuando íbamos con Fon e Inés en un claro ejemplo de discriminación por no ser ciudadanos.
¡Fondeus!
Bici y al restaurante, que estaba encima de una cuesta. Hemos llegado que nos comíamos lo que fuera, y hemos pedido la especialidad de la casa: una fondue de queso y otra de aceite, acompañada de ensalada y patatas asadas (y después fritas, que no se desperdicie un gramo de grasa) a voluntad, sentados en una terraza. Todo riquísimo. Unos japoneses que pasaban por allí han flipado con lo que estábamos comiendo y han decidido imitarnos, aunque creemos que se les ha ido la mano: han pedido para dos lo mismo que nosotros para cuatro. Después de dos millones de fotos, les hemos dejado dándole a la carne y el queso, e iban a buen ritmo...
Nosotros hemos decidido que la carne estaba bien pero que qué pasa con el postre y nos hemos apretado unos crêpes de nutella que no hemos tenido más remedio que irnos a los Jardines de Luxemburgo a echarnos la siesta. 

No parecen malas vistas para echarse una siesta
Curioso que había zonas de césped donde se permitía estar sentado (y estaban llenas) y otras que no (y estaban vacías). Nadie parecía vigilar para que se cumpliera pero se respetaba a rajatabla. Hemos caído derrotados no sin antes observar que teníamos a nuestro lado algo llamado "picnic-bebé"; no es más que lo que el propio nombre indica porque los franceses son casi tan poco originales como los alemanes para la nomenclatura.
Nos hemos ido de allí porque empezaba a refrescar y yo ya tenía tatuada en la espalda la hierba. Nos apetecía pasear cuesta abajo y hemos ido callejeando por el barrio. Nos hemos encontrado una feria de libro antiguo bastante chula y Fon se ha comprado un atlas de geografía de antes de la I Guerra Mundial.

Teníamos otra cita para un café, no sin antes pasar a comprarle "Le
Hobbit" a nuestra amiga Moni que nos lo había encargado. Por alguna razón hemos terminado en un bar lleno de adolescentes yanquis de viaje a Europa (Madrid-París-Londres) y que luego he descubierto que era un grupo de fútbol (soccer) europeo que, además, han decidido ir todas al baño al mismo tiempo que yo. Lo de los baños en esta ciudad está infradimensionado, en serio.

Rosetón en Notre Dame
A por bicis de nuevo pasando por Notre Dame, donde coincidimos con un atardecer impresionante y un concierto de órgano. Me acordé mucho de Franky y Migue que seguro que lo habrían disfrutado. En la estacón de bicis descubrimos que era la Fiesta de la Bici y Velib era gratuito (y había cola en el tótem). Nos fuimos a dar un paseo por la Place des Vosges y por la Bastilla, cuya rotonda debe estar diseñada para rememorar el siglo XVIII  y sus cosas. Me pareció hasta más peligrosa que la del Arco del Triunfo, que ya es decir. Me pregunto quién diseñará esas trampas. Pensábamos dejar las bicis en la Gare du Lyon y pasar a ver la estación pero fue imposible: la base de las bicis estaba llena. Pedimos 15 minutos más y nos fuimos hacia nuestro destino de esa noche, el Parc de Bercy, una actuación similar al Matadero de Madrid pero mucho más grande y con una biblioteca horrorosa. Allí nos esperaba la cena, a base de carnaza. Fon e Inés tenían una promoción en la que los entrantes salían gratis y nos pusimos de comida hasta las cejas, de nuevo. En fin, podría vivir a base de entrecottes y ensaladas.

Por la noche ya hacía frío y nos habíamos quedado un poco helados en la terraza, así que decidimos coger las bicis para volver a la estación y coger el tren, decisión que duró hasta que nos subimos a las bicis y enfilamos hacia casa. Ya entraríamos en calor. Yo agradecí mi chaqueta de bici con capucha: fuimos en paralelo al Sena gran parte del tiempo y luego atravesando el Bois de Vincennes, durante unos 9 km muy bonitos. Eso sí, nos penalizaron por tardar más de media hora en devolver la bici pero el paseo mereció mucho la pena. Volvimos a tener problemas para dejar la bici pero 15 minutos más y listo. Caímos rendidos de nuevo: ya eran altas horas de la noche en Francia aunque en España estaríamos terminando de cenar.

Esta mañana hemos desayunado por última vez con Fon e Inés y hemos quedado para un nuevo viaje: París - Londres en bici, que lo hemos visto anunciar por todos sitios y parece ser que es un proyecto de la UE llamado "Avenida Verde": 406 km en bici, ¡llanos!. Este verano está un poco justo pero para 2016...

Hemos pasado unos días estupendos en París, que nos ha resultado bastante menos caro de lo que esperábamos. Una de las cosas buenas de ir con locales es que vas a sitios chachis y te enseñan trucos como que pedir agua del grifo es lo normal y no te ponen mala cara. La media de comida ha sido de 16,5€ cada uno y eso poniéndonos hasta las cejas.

Nos hemos dejado mucho por ver pero era algo que llevábamos asumido y no nos preocupa: ya volveremos. La experiencia de las bicis ha sido excepcional, si hubiéramos andado todo el rato habríamos terminado mucho más cansados y hubiéramos abarcado menos ciudad. En media hora hacíamos muchos kilómetros de una manera muy cómoda y barata. Totalmente recomendable si venís a París (y para niños existe la opción P'tit Vélib).

El próximo viaje aún no está planificado pero con casi toda seguridad será cicloturismo, que tenemos mono.

¡Hasta la próxima!

06 junio, 2015

[Paris à vélo] Día 2: "Y yo quiero un millón de dólares"

Paso a nivel de camino al RER
Nos hemos levantado un poco más tarde gracias a las contraventanas y hemos cogido el cercanías para ir directamente al museo de Ciencias e Industria. Está al norte de París y nos pillaba de camino. No lo sabíamos (de verdad que no) pero el museo tiene una sección de transporte bastante chula. Si hemos estado 3 horas en el museo, una la hemos echado en esta parte. Aunque habíamos quedado a comer con Fon, no nos ha dado tiempo: las 12.15 es una hora difícil si quieres aprovechar la mañana. Hemos terminado comiendo en el museo y aprovechando la entrada un rato más. A la salida he protagonizado el piloto de "Friends": iba quejándome de que llevaba desde que habíamos llegado con ganas de tomarme un helado cuando nos ha parado una chica con una caja de mágnum en la mano para ofrecernos un par de ellos. Hemos aceptado, claro: caja comprada en el súper, cada uno coge un helado y los que sobran se lo das a quien sea antes de tirarlos. Ross no tuvo tanta suerte aunque yo probé a pedir un millón de dólares
Adri haciendo propaganda de su blog.
Cogimos las bicis y nos fuimos de camino a Montmatre cuando apenas hacía 35 grados a la sombra y un bochorno importante. Cuando dejamos las bicis, Montmatre había pasado a segunda prioridad, siendo sustituido por encontrar agua. Dimos unas cuantas vueltas buscando un súper bajo el riesgo de deshacernos y convertirnos en un charco parisino pero lo encontramos. Aprovechando el parón, le pedí a Adri conexión de datos y voilà! El email de la UE anunciando que nos daban una beca para una idea que habíamos presentado. Creo que el resto del camino hasta la cima del monte lo hice en estado de shock, pero llegamos al Sacre Coeur. Nos metimos en misa con el único objetivo de estar al fresco, que el sol caía a plomo y nos apresuramos a bajar después de hacer las fotos de rigor. Evidentemente, y aunque hay una bonificación de velib por subir las bicis hasta allí, no había ni una estación con bicis, así que tocó bajar andando.

Las vistas desde Montmatre

"Vamos a pasar por una de las calles con más sexshops de Europa", me informó Adri. Y llegamos al Moulin Rouge y a una zona que suena más sórdida de lo que realmente es. Seguía sin haber bicis, así que tocó andar hasta la Escuela de Fon. El plan era entrar al Louvre porque con sus carnets de Amigos del Museo podían meter a una persona más los viernes por la tarde; como había que esperar a Inés, decidimos hacer tiempo comiéndonos un crêpe en la otra punta de la ciudad. Bicis y a correr la contrarreloj por mitad de París y cuesta arriba, o no llegábamos con la media hora de uso de Vèlib. Mi crêpe de nutella estaba rico pero Adri y Fon se comieron uno salado que era un maxi crêpe de 3 pisos. Nos fuimos a un parque con fuente para conseguir que pasara.

Como Inés ya estaba llegando, volvimos a la bici y nos fuimos a Chatelet: bajando,la vida se ve de otro modo y conseguimos no vomitar la merienda. Entramos al Louvre a dar un paseo y a descubrir que es como el British pero ordenado; como puesto todo con más estilo. También descubrimos los sarcófagos-matriuskas porque todo el mundo nos había dicho que fuéramos a la sección de Egipto. A la de pintura ni nos acercamos, seguro que La Gioconda sigue expuesta detrás de un muro de gente y teníamos poco interés en agobiarnos.

Lo hicimos bien porque la tormenta que amenazaba París había caído durante nuestra visita y conseguimos no mojarnos. Eso sí, la temperatura había bajado 12 ó 14 grados de golpe y habíamos pasado a lo que yo denomino "frescor de chaqueta". Evidentemente, no llevaba, así que nos fuimos hacia el metro con el plan de la cena: ¡sushi! De camino, pasamos por el Pont des Arts al que han quitado los candados por el peligro que suponía para la estructura; tampoco pude encontrar a La Maga.

Lo del barco no era una metáfora.
A Adri le hizo ilusión montar en el metro: "es que en la línea 7 no me he subido nunca" así que él iba feliz por la nueva (ejem) experiencia y yo por ir caliente. Nos hinchamos con un "barco" de sushi de una manera obscena, en tanto en cuanto ni hacía ni 3 horas de los maxi crêpes. Salimos rodando a por un Uber pero tuvimos que alejarnos de la zona de bares para que la tarifa bajara a la mitad, en un claro ejemplo de que la ley de la oferta y la demanda funciona (o, según mi interpretación, de que son unos chorizos).

Llevamos a Champigny casi a medianoche. Yo me fui directa a la ducha, que iba en modo pies negros y a la cama y sin escribir nada de nada. Llevamos dos días muy intensos en París y aún nos queda otro.


  • Hemos comido en el museo de Ciencias.
  • Hemos cenado en Oi Sushi!

05 junio, 2015

[Paris à vélo] Días 0+1: Desde la calzada

¡Nos vamos! Au revoir, Madrid!
Hemos llegado a París, después de un vuelo algo retrasado y a unas horas que en el aeropuerto de Orly estaban a punto de encender las luces y echarnos.

El plan era coger un servicio de Uber para ir hasta casa de Fon e Inés, usando la aplicación. Conecto datos y lo solicito: origen, destino, ningún problema. Un minuto después, llamada entrante con código de país yanqui (+1)... Venga, a ver:
- Hello?
- [Parrafada incomprensible en francés.]
- Oh, sorry, do you speak English?
- No.
Se ponía la cosa estupenda. Pero como había voluntad, conseguimos entendernos:
- Sud? Ouest?  Where? Where?
- Sud!
Y así todo. Todavía considero un milagro que nos viéramos en el kiss&ride, sobre todo porque Adri y yo nos perdimos en el aeropuerto. Lo bueno de encontrar al señor de Uber es que ya podíamos comunicarnos en el idioma universal: las señas. Así me indicó que uno se tenía que poner en el asiento delantero, señal clara de que los servicios de Uber no son del todo legales aquí.

"20 minutos hasta casa de Fon", pensé yo, que iba delante, "al menos, serán tranquilos". ¡Craso error! El señor, pese a los evidentes problemas de comunicación se empeñó en darnos conversación. Nos preguntó de dónde veníamos, a qué nos dedicábamos, qué hacíamos en París y nos contó que sus padres van a Alicante a coger el ferry hasta Algeciras. A google gracias por la existencia de Translator.

Fon nos estaba esperando con la cama hecha y nos metimos en el sobre al poco de llegar. Cuando nos acostamos comentamos que las ventanas no tenían cortinas pero que bueno, que esto es Europa. Nos ha despertado un sol brillante a eso de las 6 de la mañana... Para enterarnos luego de que había contraventanas.

Teníamos un total de cero (0) planes para París. De lo poco que teníamos claro era el plan de transporte: billete de 10 viajes para llegar el centro y bici pública. Nos hemos ido con Fon a la estación y el billete de 10 viaje eran 10 billetes de 1 viaje. Que es lo mismo pero en modo ineficaz. Por suerte, la bici pública (Vélib) es sencilla de usar y sólo hemos necesitado un ticket. Por 1,70€ cada uno, teníamos 24h de bici, el equivalente a un viaje en metro. Ya os adelanto que lo hemos amortizado.

Hemos acompañado a Fon a su Universidad y hemos seguido con las bicis hasta la Ópera. París está haciendo un esfuerzo muy grande por introducir la bicicleta y hay mucho carril bici, en muchos casos a contramano. También es cierto que la carga y descarga y el aparcamiento irregular consiguen que el carril bici sea disfuncional. Por otro lado, como esta ciudad es un atasco continuo, los coches van a 10km/h y el riesgo es poco.
Adri con las bicis de  Vélib

Desde la Ópera hemos ido andando hasta el Louvre para no entrar: no nos apetecía nada meternos en un edificio con el día que hacía. Así que nos hemos ido andando por las Tullerías, sentándonos al sol en mobiliario urbano móvil (un acierto) y nos ha hecho una foto un secreta en la Concordia. Ojo, que se lo hemos pedido nosotros, pero es que pensábamos que era un señor normal.

El señor que nos hizo la foto tenía prisa.
Sillas individuales que se mueven. Estoy enamorada de esa idea.
La foto que nos hizo el secreta. Tenía menos prisa que el señor del Louvre ;)

Los Campos Elíseos estaban engalanados con policía armada hasta las cejas y banderas españolas y francesas, señal clara del paso del Borbón por allí a hacer lo que no se atreve a hacer en España: homenajear a los republicanos que liberaron París. Pero me desvío del tema.
Banderas españolas y francesas [foto desde la bici, en un semáforo en rojo]
Hemos vuelto a coger las bicis para bajar los Campos, hasta el Arco del Triunfo, que es una rotonda gigante sin ningún tipo de sentido. Luego nos hemos enterado de dos cosas: que el código de circulación no específica prioridad de circulación en las rotondas y lo normal es que tenga prioridad el que entre (esto explica por qué nadie nos cedía el paso yendo por dentro); la segunda, que los seguros no cubren accidentes en el Arco del Triunfo. Que no me extraña, porque la que había liada era peor que Plaza de Castilla. Aún así, hemos circulado con tranquilidad y hemos llegado al Trocadero, a dejar las bicis y a buscar un baño y un supermercado.

Debíamos seguir con la lógica de Londres: en los parques hay baños públicos. Error. Tras comprar una ensalada, nos hemos ido al Bois de Boulogne a comer en el césped y no había un maldito baño público. Tampoco había una cafetería, con excepción de una en mitad de una isla a la que se accedía en barco previo pago de 1,50€. Mira, no. Otra habrá. Pues no. Al final, hemos vuelto a nuestros ancestros y hemos hecho pis en el bosque, con la seguridad de que estábamos contraviniendo alguna normativa pero haciéndole caso a la naturaleza.

Bici de nuevo y al Trocadero y la Torre Eiffel. Era el punto neurálgico de turistas y de coches, porque vaya atasco había allí montado. Fotos de rigor pero sin poder subir: tendríamos que haber comprado la entrada hace semanas y, aún así, hacer cola. Nos hemos terminado sentando en un banco a la sombra y yo he aprovechado para echarme 10 minutos de siesta que me han dejado nueva.

¡París!
¿A que tengo mejor cara después de la siesta? 
Más bici y por la orilla del Sena hacia el Louvre de nuevo a recoger a Fon y a Notre Dame. Tampoco hemos pasado porque hoy no teníamos ganas de edificios por dentro. A las 7 habíamos quedado con Raquel y con Nacho (y con Luna e Iván, sus niños) para tomar algo y cenar.

[Pausa para dormir, que estaba muerta, termino la crónica en el tren camino a París]

Quedamos en un bar friki, lleno de referencias a películas y donde la gente quedaba a jugar. Nosotros nos lo ahorramos, que era ya la hora de cenar y había hambre. En el bar, por alguna razón, tenían patatas bravas; las pedimos por hacer la gracia y ahora necesito volver a Madrid a resarcirme. Raque nos estuvo contando en qué consistía su trabajo: I+D de galletas. Ahora quiero que me mande nuevos descubrimientos ;)

Los niños tenían que irse a la cama, lo cual es una excusa para decir que estábamos muertos después de todo el día y queríamos irnos a dormir. Descubrimos a las malas que la tan elogiada red de buses de París tiene un problema: las frecuencias caen hasta el submundo de la calidad del transporte y el autobús que por la mañana pasaba cada 6 minutos ahora lo hacía cada 45. Evidentemente, acababa de pasar. Tuvimos suerte y vino otro que nos acercaba, a pesar de que el SAE decía que tampoco porque el mono borracho debe ser el que maneja el sistema.

Ya en casa de Fon descubrimos varias cosas: que estábamos llenos de polvo y pegajosos, por un lado, y que nos habíamos quemado cual guiris en Benidorm. Gracias a que ya sabemos cerrar las contraventanas, hoy hemos dormido hasta las 8. Nos espera un día duro, así que lo vamos a agradecer.
Vamos camino de París a lucir un moreno albañil de lo más cool.

03 junio, 2015

AC/DC, el espectáculo

Ayer me sentí como Barbijaputa en un mitin del PP. Era un concierto, sí, de rock, también, pero el desconocimiento de la mitología asociada a este grupo consiguió que me asombrara más que disfrutara. No soy fan de AC/DC. Me suenan algunas canciones (¿2? ¿3?) y conozco una pero en diciembre decidí apuntarme al plan porque "estos conciertos son un espectáculo". Y ahí iba yo, al espectáculo.

Después de casi dos horas esperando, con unos teloneros que me gustaron mucho (Vintage Trouble) empezó el concierto de AC/DC con puntualidad australiana. El público conectó con algún sistema desconocido para mí que les hizo gritar y aullar cuando un meteorito salió de la luna, saludó a una tetona medio en bolas y aterrizó en un estadio de fútbol que supondremos era el Vicente Calderón. La música empezó a sonar y en una sincronización digna de Corea del Norte, los rockeros a mi alrededor empezaron a saltar y a pegarse. Yo me hice muy pequeña mientras miraba alucinada a la masa que de repente me rodeaba hasta que Adri me rescató a empujones. Los rockeros, que hasta ese momento iban con moñetes, habían dejado sus melenas al viento; tuve suerte y el que me tocó delante tenía el pelo limpio y olía bien.

Fue entonces cuando vi a dos abueletes en el escenario dándolo todo: el cantante y el guitarrista, Angus Young, que es el famoso famoso y que yo me pasé todo el concierto pensando que era como Pettigrew pero sin dientes, corbata de Howgarts incluida. No cantaba pero los labios le revoloteaban constantemente, como si tuviera la boca enchufada a un túnel de viento. Los realizadores tenían a bien hacer de esta imagen un primer plano habitual en las pantallas gigantes, así como la mano en la guitarra, donde destacaba una alianza que le sentaba como a un cristo dos pistolas. Daba mucha grima pero creo que sólo a mí porque la masa seguía saltando y gritando y yo intentaba ser incorpórea, porque, tío, si mis tetas te llegan a la cintura igual es el momento de que tengas un poco de cuidado. "Ser mujer en este tipo de conciertos es un puto problema", me dijo una chica de mi estatura a mi lado, probable receptora de algún codazo.

Las canciones fueron sonando con pausas un pelín largas entre ellas, probablemente para que el equipo médico tomara la tensión a los abueletes. Como todos los conciertos de grupos con años, las canciones clásicas son subidón, mientras que las nuevas son meh, momento en que la gente aprovecha para moverse hacia  sitios ignotos dada la densidad que había en el estadio.

El de la boina de chenilla y el elfo [foto de RTVE]
Aparentemente para que te guste el rock es necesario disfrutar de los fluidos corporales de otros. No sólo del sudor de los demás asistentes o de los minis de cerveza que, a 12€ cada uno, volaban por el aire, sino por la fiesta de saliva y sudor que había sobre el escenario. El cantante no se quitó en las 2 horas una boina de chenilla a pesar de brillar bajo los focos, cosa que combinaba magistralmente con unas boceras en las comisuras que nos acompañaron todo el concierto. Pettigrew, quien al principio sólo enseñaba sus canillas (y mi cerebro ya tenía dificultades para asociarles con su cara), se terminó convirtiendo en un elfo de Terry Pratchett vestido únicamente con unas bermudas de terciopelo rojo. Los cabezazos sobre la guitarra iban sincronizados con gotas de sudor que, gracias a los primeros planos, empecé identificando con un efecto especial de lluvia.

Hubo dos momentos cumbres. El primero es el que yo he llamado "voy a hacerme una felación mientras esta gente me observa" que consistió en un solo del elfo de ¿8 minutos? y que incluyó pasarela que se eleva a los cielos y más confetti que en casa de Ana Mato. El abuelete lo dio todo, incluso algún acorde en falso. El segundo fue después del final de pega cuando tocaron la única canción que conocía, "Highway to hell", con bolas de fuegos saliendo del escenario mientras yo rezaba por los chicos de prevención de riesgos y los cables eléctricos del escenario; y la siguiente, ni idea, que incluyó ¡salvas de cañones y fuegos artificiales! Para mí, espectadora externa a la religión AC/DC, era difícil entrar en el mundo de un grupo australiano donde había cañones de la Guerra de la Independencia Americana, que se disparaban bajo los gritos enfervorecidos del público: "Fire!".

Y ahí acabó todo: 2 horas exactas. Me ha fascinado observar a la gente a mi alrededor: se sabían el concierto. Adri era capaz de adivinar cuál era la siguiente canción, qué iba a pasar entonces, qué faltaba. Eso sí, su padre y él disfrutaron como enanos.

El concierto fue un espectáculo, pero muy lejos de lo que había esperado. Disfruté de un macro concierto en vivo, sí, pero fundamentalmente observé un espectáculo sociológico, en el que un montón de gente que ya peina canas se ponía unos cuernos de plástico parpadeantes y rendía culto a un señor mayor con cara de mala hostia, mientras aprovechaban para desfogar a saltos y empujones. Cuando salimos, me fascinó pisar la M30 y andar por encima de ella, pero eso ya es otra historia.