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11 febrero, 2010

Por qué "dejé" el trabajo...

Cuando digo que he "dejado" el trabajo, es difícil vocalizar las comillas. Por eso, cuando la gente me responde con una mirada sorprendida en la que se lee la frase "¡pero si estamos en crisis!" tengo que apresurarme a explicar que, bueno, lo "dejé" porque no tenía otra opción, porque no me querían allí y porque estaban haciendo todo lo posible para que me fuera.

Era un trabajo que me gustaba, responsable de proyectos en una empresa consultora de urbanismo y transportes, donde habíamos conseguido formar un equipo funcional bastante bueno de unas 10 personas, y donde se podía trabajar con tranquilidad, siempre asumiendo las responsabilidades que van con el puesto de trabajo. Tenía la suerte de contar, además, con la confianza de mi jefe, que en el verano de 2008 llegó a ofrecerme acciones de la empresa, en el primer reparto de este tipo que iba a realizarse.

El ambiente y mis circunstancias empezaron a cambiar, para mal, a raíz de un desencuentro con la gerente por la manera de contabilizar las horas de los viajes. De aquella, me retiraron la oferta de acciones, por no tener suficiente espíritu empresarial. A pesar de esto, continué en la empresa (¡gran error!) porque empezaba un proyecto que me interesaba mucho, y que iba a coordinar desde "nuestro" lado de la UTE.

Con el paso de los meses, el ambiente empeoró al reincorporarse al puesto de trabajo una de las empleadas más antiguas de la empresa. Se decidió, usando las acciones como punto de apoyo, que era necesario imponer un organigrama que dejara claro quiénes eran los coordinadores de las áreas y quienes, simplemente, jefes de proyecto. Lamentable, se les olvidó contárnoslo y seguimos trabajando como hasta ese momento, con nuestro equipo de trabajo montado y funcionando.

De algún modo, que aún no termino de entender, se llegó a la conclusión de que yo estaba instigando una supuesta rebelión para aglutinar a mis compañeros en torno mío y dejar a la "coordinadora" fuera de los proyectos. Una coordinadora que no era mi jefa, dicho sea de paso. El círculo se fue abriendo para incluir a otros dos compañeros, acusándonos incluso de utilizar a personas externas a la empresa para humillar a esta "coordinadora". Toda esta serie de absurdos terminó en una sanción verbal por escrito que es pura poesía española del XXI: se nos sancionó por "poner malas caras", y se nos quitaron responsabilidades en los proyectos que llevábamos.

Aunque probablemente hubiéramos ganado el juicio, confiamos en nuestro jefe, que en todo esto ha actuado empujado por las circunstancias y sus ejecutoras, y lo dejamos estar con la promesa de que él intentaría retirar la sanción después del verano. Pero lejos de calmarse, los ánimos cada día estaban más encendidos, y nos encontrábamos con situaciones que rozaban el mobbing: cambios en la disposición de los puestos de trabajo, fiscalización de horarios por el personal administrativo, ocultación de información básica para el desarrollo de los proyectos, no-asignación de tareas, y un largo etcétera, salpicado de acusaciones y recriminaciones por "no arreglar las cosas".

Todo esto concluyó con que después del verano, allí no quería seguir nadie. Uno de mis compañeros ya se había "ido" en junio, y los dos que quedábamos decidimos que así no podíamos seguir trabajando. Hablamos con nuestro jefe, y negociamos la salida: sería un despido improcedente (con todo lo que conlleva) y nosotros nos comprometíamos a terminar los proyectos que teníamos en marcha.

Y aquí ando. Desde el 1 de noviembre, en paro. Aproveché para irme a Oxford un mes a reforzar el inglés y para operarme de la hernia de hiato que, aunque la tenía de antes, empeoró sustancialmente en estos últimos meses, y ya estaba con medicación diaria.

De todo esto he sacado varias cosas en claro. Para empezar, la experiencia vital de haberme visto en una situación extrema. La próxima, esto no me pasa. También el convencimiento de no fiarme de nadie. Se termina un poco más cínica, pero... Y, además, la certeza de que las empresas son y serán eso, empresas. Aunque, bueno, no me puedo olvidar de algo bueno: los 12 kg que he perdido, así, sin hacer dieta. ¿Alguien quiere probar? ;)