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15 abril, 2016

[Paraderos peruanos] Días 0 + 1: Viajar y zampar, ese binomio.

Primer vuelo de larguísima distancia para mí, mismo aburrimiento de paso por el aeropuerto. Da igual donde vayas, las medidas de seguridad son las mismas, quítese usted las botas y deje la botella de agua, no vaya a ser.

Viajamos separados porque viajar juntos hubiera supuesto pagar, al menos, 33€ del erario público y no lo hemos considerado necesario. Iberia, con su política de pagar por todo lo que no sea estrictamente obligatorio, te asigna un asiento al azar y se pueden ver parejas y familias mezcladas heterogéneamente por todo el avión. A saber si no es una política anti divorcios y pro vacaciones sin bronca. 

Comida de avión clásica, aunque esta vez dejan elegir entre pollo o pasta. Mejor proteína, pienso, se procesa más lento y tardaré más en tener hambre. Mal, viene con arroz. Al menos me ponen vino y, sorpresa, es de Ciudad Real. Un poco peleón, eso sí. 

Tras ver una película (La chica danesa, muy recomendable) me quedan aún 10 horas de viaje. Voy a intentar echarme una pequeña siesta, intentando ignorar al niño que llora. Mirando lo que ofrece Iberia, veo que hay un programa de meditación.

Lo pongo. Igual no medito pero sí me ayuda a dormir. Empezamos. Tensar y destensar músculos. Respirar. Empezar a flotar. "Ahora te abraza una suave nube blanca. Llegas a descansar sobre la nube y siente cómo te acuna. Está a la temperatura perfecta". No, verás, gente de Iberia, en una nube hace fundamentalmente mucho frío y mucha humedad. No es nada cómoda. Intento obviarlo, y pensar en una nube de algodón. Funciona regular pero Iberia no me va a permitir relajarme: "Al mirar abajo, ves que tienes una vista de 360º sobre la tierra. Puedes ver los océanos y las cimas de las montañas, desiertos y pastos". A ver, no, esto no funciona si os saltáis las más elementales leyes de la física. Para ver todo esto en vez de en una nube tendría que ir en una nave espacial. La cual, probablemente, sí estaría a la temperatura perfecta y bastante más seca. Así no voy a ningún sitio, está claro que lo mío no es el mindfullness. Mejor pongo música. 

Mejor no aburro con el resto del viaje, que fue fundamentalmente pesado y con poca animación ("vaya, un documental sobre España, no entiendo este primer plano de diez segundos de una postal con el culo de un torero en la Plaza Mayor de Madrid", "curiosos estos mineros chilenos que escriben todo el rato en inglés, ¡incluso dentro de la mina!", "señor, coja al niño que las turbulencias también le afectan a él, a ver si va a pensar que pasar por encima de Venezuela es inocuo para un español de bien", y un largo etcétera que incluye más comida de avión, claro).

Aterrizamos en Lima un poco más tarde de lo previsto, con un calor que yo calificaría de interesante. Vamos, una humedad brutal, como de estar en Barcelona en agosto. Al menos, el paso por el aeropuerto fue fácil, aunque mi idea de las limitaciones al aparcamiento de cualquier vehículo han pasado a incluir los carros de transporte de equipaje del aeropuerto. En serio, no hace falta que lo aparquéis en línea junto a la cinta, puedes llevar tu maleta hasta medio metro más atrás. 

El aeropuerto de Lima está en Callao y no hay absolutamente ninguna ruta de autobús oficial que cubra el trayecto. Aparentemente, el problema es la enemistad histórica entre las dos ciudades y su falta de acurdo en la gestión del transporte público. "Si existiera un consorcio como el de Madrid, se arreglaría", me dicen. "O no", pienso yo. En cualquier caso, durante el camino sólo vemos taxis y autobuses pequeños, mientras nos cuentan que el transporte público es fundamentalmente irregular por allí. Tras algo así como una hora de trayecto en un tráfico que deja al atasco del nudo norte como "sin grandes retenciones", llegamos a Miraflores, el barrio europeo (pijo) de Lima y donde está nuestro hotel. Ha sido el check in más lento de la historia de los check ins, pero esto me da una pista acerca de la velocidad del país en general.

Decidimos salir a cenar porque, total, son las 9 de la noche de Lima, las 4 de la mañana en España, y yo ya no sé si tras casi 24 horas despierta y haber hecho una comida cada 4 horas, si pedir un café o una copa. Tras un paseo por las inmediaciones del hotel (en sandalias, bendito calor), optamos por un restaurante enfrente y nos dedicamos a hacer el guiri: pedimos ceviche, tacu tacu de marisco y pisco sour. Deberes hechos.

La noche se presentaba interesante, porque mi cuerpo opinaba que era hora de levantarse e ir a trabajar. Conseguí dormir 4 horas de manera natural, pero para eso están las drogas (legales).

El primer día teníamos prevista visita de campo al "Metropolitano", la línea de BRT que opera en Lima: 25 km de plataforma reservada para autobús, con estaciones elevadas, buses de 18 metros. Aunque la visitamos en coche en hora valle, la sensación de estar permanentemente metida en un atasco no me la quitó nadie. Y era un atasco muy curioso, porque la mayoría de los vehículos eran de transporte público: combis de distintos tamaños, taxis, moto taxis. Todo lleno de gente. 

Fuimos a ver también una de las líneas alimentadoras del BRT, la que lleva al barrio de Payet. Un barrio construido en una de las laderas de la montaña, con un montón de casitas bajas con las esperas puestas para seguir levantando pisos en caso de necesidad. Hasta aquí, todo normal. Lo que nos resultó más curioso fue las verjas que había en las calles, puestas por los vecinos para "mejorar la seguridad". Desde luego, invitaba entre poco y nada a entrar por allí y no lo hicimos. 

Comimos en un restaurante peruano donde aprendimos que si la música no está a toda leche, no es un restaurante típico de verdad. Pedimos una especie de menú comunal que se llamaba algo así como "tempestad atlántica" (y no pacífica, ojo ahí) y que ponía "6-7 personas". "Igual es mucho", comenté, puesto que éramos 3. "No, está bien", dijo el camarero. Y, efectivamente, comimos bien y no sobró nada. Eso sí, estuvimos llenos toda la tarde, y ahí fue donde aprendimos que la comida peruana engaña y es mucho más pesada de lo que parece ("es pescado crudo, ¡comamos sin moderación!").




Reuniones por la tarde y a cenar, porque ningún viaje sin comer todo el rato sin medida. Habíamos quedado con un amigo mío, y decidimos bajar el ritmo y cenar más ligero: una ensalada de tataki de atún, que es la manera de mezclar dos platos en uno y que mi conciencia se quede tranquila. Yo probé además el "maracuyá saur", porque el pisco ídem me parece demasiado ácido. Un sabor raro, más amargo y con un toque de dulce, pero mejor que el pisco. Eso sí, no sé si es el jet lag, la falta de sueño o qué, pero termino tras un "saur" de estos como si me hubiera tomado tres cubatas españoles. Igual es la edad.

Mi primera impresión de Lima es que es una ciudad que está como a medio construir. No sólo los barrios periféricos, también Miraflores o San Isidro dan un poco esa impresión. Pero es una ciudad con muchísima vida, hay como pequeño comercio por todos lados, probablemente nada oficial y todo muy orgánico, como de cubrir necesidades inmediatas (y esto también aplica al transporte). Por ejemplo, en todos los semáforos venden bebidas autoembotelladas o fruta cortada y metida en bolsas de plástico que yo he decidido no probar porque me gustaría terminar el viaje sin un cólico. 

Hoy tenemos más visitas (¡cocheras! ¡estaciones de autobús!) y más comidas y más reuniones. Vamos, lo normal en un viaje de trabajo. Aguantaremos bien, aunque el jet lag me tiene despierta desde las 5 am. La calima que se ve desde la ventana de la habitación augura que, de nuevo, nos coceremos como pollos durante todo el día.

07 junio, 2015

[Paris à vélo] Día 3: Unas proteínas más, s’il vous plaît + Au revoir, París!

Aprovechando que Fon e Inés no trabajaban hoy, nos hemos ido los 4 a París. No teníamos muy claro dónde ir más allá de que a la 1 teníamos reserva para comer en el Barrio Latino. Al final nos hemos decantado por el Museo de Artes y Oficios y ha sido un acierto: es muy interesante y no había turistas. El museo tiene más de 200 años e incluso las vitrinas tenían historia. Tiene el problema de que está casi todo en francés y que la guía que te puedes descargar al móvil está en un popurrí de idiomas. Además, los puntos marcados para la audioguía no parecen coincidir con los de la aplicación. Aún así, con nuestros burdos conocimientos de francés hemos conseguido descifrar muchos de los carteles.

Lo que no hemos conseguido es saber qué nos estaba diciendo uno de los vigilantes cuando hemos continuado la visita hacia una ¿iglesia? que tenía dentro un péndulo de Foucault y una exposición de transportes (por que qué mejor sitio que una iglesia para poner unos andamios llenos de coches). Él señor nos estaba diciendo cosas y yo he pensado que nos pedía de nuevo los tickets, porque iba con un lector en la mano. Se los he intentado dar pero no los ha aceptado, sólo nos ha señalado con la mano el pasillo por el que habíamos venido. Luego nos han dejado pasar cuando íbamos con Fon e Inés en un claro ejemplo de discriminación por no ser ciudadanos.
¡Fondeus!
Bici y al restaurante, que estaba encima de una cuesta. Hemos llegado que nos comíamos lo que fuera, y hemos pedido la especialidad de la casa: una fondue de queso y otra de aceite, acompañada de ensalada y patatas asadas (y después fritas, que no se desperdicie un gramo de grasa) a voluntad, sentados en una terraza. Todo riquísimo. Unos japoneses que pasaban por allí han flipado con lo que estábamos comiendo y han decidido imitarnos, aunque creemos que se les ha ido la mano: han pedido para dos lo mismo que nosotros para cuatro. Después de dos millones de fotos, les hemos dejado dándole a la carne y el queso, e iban a buen ritmo...
Nosotros hemos decidido que la carne estaba bien pero que qué pasa con el postre y nos hemos apretado unos crêpes de nutella que no hemos tenido más remedio que irnos a los Jardines de Luxemburgo a echarnos la siesta. 

No parecen malas vistas para echarse una siesta
Curioso que había zonas de césped donde se permitía estar sentado (y estaban llenas) y otras que no (y estaban vacías). Nadie parecía vigilar para que se cumpliera pero se respetaba a rajatabla. Hemos caído derrotados no sin antes observar que teníamos a nuestro lado algo llamado "picnic-bebé"; no es más que lo que el propio nombre indica porque los franceses son casi tan poco originales como los alemanes para la nomenclatura.
Nos hemos ido de allí porque empezaba a refrescar y yo ya tenía tatuada en la espalda la hierba. Nos apetecía pasear cuesta abajo y hemos ido callejeando por el barrio. Nos hemos encontrado una feria de libro antiguo bastante chula y Fon se ha comprado un atlas de geografía de antes de la I Guerra Mundial.

Teníamos otra cita para un café, no sin antes pasar a comprarle "Le
Hobbit" a nuestra amiga Moni que nos lo había encargado. Por alguna razón hemos terminado en un bar lleno de adolescentes yanquis de viaje a Europa (Madrid-París-Londres) y que luego he descubierto que era un grupo de fútbol (soccer) europeo que, además, han decidido ir todas al baño al mismo tiempo que yo. Lo de los baños en esta ciudad está infradimensionado, en serio.

Rosetón en Notre Dame
A por bicis de nuevo pasando por Notre Dame, donde coincidimos con un atardecer impresionante y un concierto de órgano. Me acordé mucho de Franky y Migue que seguro que lo habrían disfrutado. En la estacón de bicis descubrimos que era la Fiesta de la Bici y Velib era gratuito (y había cola en el tótem). Nos fuimos a dar un paseo por la Place des Vosges y por la Bastilla, cuya rotonda debe estar diseñada para rememorar el siglo XVIII  y sus cosas. Me pareció hasta más peligrosa que la del Arco del Triunfo, que ya es decir. Me pregunto quién diseñará esas trampas. Pensábamos dejar las bicis en la Gare du Lyon y pasar a ver la estación pero fue imposible: la base de las bicis estaba llena. Pedimos 15 minutos más y nos fuimos hacia nuestro destino de esa noche, el Parc de Bercy, una actuación similar al Matadero de Madrid pero mucho más grande y con una biblioteca horrorosa. Allí nos esperaba la cena, a base de carnaza. Fon e Inés tenían una promoción en la que los entrantes salían gratis y nos pusimos de comida hasta las cejas, de nuevo. En fin, podría vivir a base de entrecottes y ensaladas.

Por la noche ya hacía frío y nos habíamos quedado un poco helados en la terraza, así que decidimos coger las bicis para volver a la estación y coger el tren, decisión que duró hasta que nos subimos a las bicis y enfilamos hacia casa. Ya entraríamos en calor. Yo agradecí mi chaqueta de bici con capucha: fuimos en paralelo al Sena gran parte del tiempo y luego atravesando el Bois de Vincennes, durante unos 9 km muy bonitos. Eso sí, nos penalizaron por tardar más de media hora en devolver la bici pero el paseo mereció mucho la pena. Volvimos a tener problemas para dejar la bici pero 15 minutos más y listo. Caímos rendidos de nuevo: ya eran altas horas de la noche en Francia aunque en España estaríamos terminando de cenar.

Esta mañana hemos desayunado por última vez con Fon e Inés y hemos quedado para un nuevo viaje: París - Londres en bici, que lo hemos visto anunciar por todos sitios y parece ser que es un proyecto de la UE llamado "Avenida Verde": 406 km en bici, ¡llanos!. Este verano está un poco justo pero para 2016...

Hemos pasado unos días estupendos en París, que nos ha resultado bastante menos caro de lo que esperábamos. Una de las cosas buenas de ir con locales es que vas a sitios chachis y te enseñan trucos como que pedir agua del grifo es lo normal y no te ponen mala cara. La media de comida ha sido de 16,5€ cada uno y eso poniéndonos hasta las cejas.

Nos hemos dejado mucho por ver pero era algo que llevábamos asumido y no nos preocupa: ya volveremos. La experiencia de las bicis ha sido excepcional, si hubiéramos andado todo el rato habríamos terminado mucho más cansados y hubiéramos abarcado menos ciudad. En media hora hacíamos muchos kilómetros de una manera muy cómoda y barata. Totalmente recomendable si venís a París (y para niños existe la opción P'tit Vélib).

El próximo viaje aún no está planificado pero con casi toda seguridad será cicloturismo, que tenemos mono.

¡Hasta la próxima!

06 junio, 2015

[Paris à vélo] Día 2: "Y yo quiero un millón de dólares"

Paso a nivel de camino al RER
Nos hemos levantado un poco más tarde gracias a las contraventanas y hemos cogido el cercanías para ir directamente al museo de Ciencias e Industria. Está al norte de París y nos pillaba de camino. No lo sabíamos (de verdad que no) pero el museo tiene una sección de transporte bastante chula. Si hemos estado 3 horas en el museo, una la hemos echado en esta parte. Aunque habíamos quedado a comer con Fon, no nos ha dado tiempo: las 12.15 es una hora difícil si quieres aprovechar la mañana. Hemos terminado comiendo en el museo y aprovechando la entrada un rato más. A la salida he protagonizado el piloto de "Friends": iba quejándome de que llevaba desde que habíamos llegado con ganas de tomarme un helado cuando nos ha parado una chica con una caja de mágnum en la mano para ofrecernos un par de ellos. Hemos aceptado, claro: caja comprada en el súper, cada uno coge un helado y los que sobran se lo das a quien sea antes de tirarlos. Ross no tuvo tanta suerte aunque yo probé a pedir un millón de dólares
Adri haciendo propaganda de su blog.
Cogimos las bicis y nos fuimos de camino a Montmatre cuando apenas hacía 35 grados a la sombra y un bochorno importante. Cuando dejamos las bicis, Montmatre había pasado a segunda prioridad, siendo sustituido por encontrar agua. Dimos unas cuantas vueltas buscando un súper bajo el riesgo de deshacernos y convertirnos en un charco parisino pero lo encontramos. Aprovechando el parón, le pedí a Adri conexión de datos y voilà! El email de la UE anunciando que nos daban una beca para una idea que habíamos presentado. Creo que el resto del camino hasta la cima del monte lo hice en estado de shock, pero llegamos al Sacre Coeur. Nos metimos en misa con el único objetivo de estar al fresco, que el sol caía a plomo y nos apresuramos a bajar después de hacer las fotos de rigor. Evidentemente, y aunque hay una bonificación de velib por subir las bicis hasta allí, no había ni una estación con bicis, así que tocó bajar andando.

Las vistas desde Montmatre

"Vamos a pasar por una de las calles con más sexshops de Europa", me informó Adri. Y llegamos al Moulin Rouge y a una zona que suena más sórdida de lo que realmente es. Seguía sin haber bicis, así que tocó andar hasta la Escuela de Fon. El plan era entrar al Louvre porque con sus carnets de Amigos del Museo podían meter a una persona más los viernes por la tarde; como había que esperar a Inés, decidimos hacer tiempo comiéndonos un crêpe en la otra punta de la ciudad. Bicis y a correr la contrarreloj por mitad de París y cuesta arriba, o no llegábamos con la media hora de uso de Vèlib. Mi crêpe de nutella estaba rico pero Adri y Fon se comieron uno salado que era un maxi crêpe de 3 pisos. Nos fuimos a un parque con fuente para conseguir que pasara.

Como Inés ya estaba llegando, volvimos a la bici y nos fuimos a Chatelet: bajando,la vida se ve de otro modo y conseguimos no vomitar la merienda. Entramos al Louvre a dar un paseo y a descubrir que es como el British pero ordenado; como puesto todo con más estilo. También descubrimos los sarcófagos-matriuskas porque todo el mundo nos había dicho que fuéramos a la sección de Egipto. A la de pintura ni nos acercamos, seguro que La Gioconda sigue expuesta detrás de un muro de gente y teníamos poco interés en agobiarnos.

Lo hicimos bien porque la tormenta que amenazaba París había caído durante nuestra visita y conseguimos no mojarnos. Eso sí, la temperatura había bajado 12 ó 14 grados de golpe y habíamos pasado a lo que yo denomino "frescor de chaqueta". Evidentemente, no llevaba, así que nos fuimos hacia el metro con el plan de la cena: ¡sushi! De camino, pasamos por el Pont des Arts al que han quitado los candados por el peligro que suponía para la estructura; tampoco pude encontrar a La Maga.

Lo del barco no era una metáfora.
A Adri le hizo ilusión montar en el metro: "es que en la línea 7 no me he subido nunca" así que él iba feliz por la nueva (ejem) experiencia y yo por ir caliente. Nos hinchamos con un "barco" de sushi de una manera obscena, en tanto en cuanto ni hacía ni 3 horas de los maxi crêpes. Salimos rodando a por un Uber pero tuvimos que alejarnos de la zona de bares para que la tarifa bajara a la mitad, en un claro ejemplo de que la ley de la oferta y la demanda funciona (o, según mi interpretación, de que son unos chorizos).

Llevamos a Champigny casi a medianoche. Yo me fui directa a la ducha, que iba en modo pies negros y a la cama y sin escribir nada de nada. Llevamos dos días muy intensos en París y aún nos queda otro.


  • Hemos comido en el museo de Ciencias.
  • Hemos cenado en Oi Sushi!

05 junio, 2015

[Paris à vélo] Días 0+1: Desde la calzada

¡Nos vamos! Au revoir, Madrid!
Hemos llegado a París, después de un vuelo algo retrasado y a unas horas que en el aeropuerto de Orly estaban a punto de encender las luces y echarnos.

El plan era coger un servicio de Uber para ir hasta casa de Fon e Inés, usando la aplicación. Conecto datos y lo solicito: origen, destino, ningún problema. Un minuto después, llamada entrante con código de país yanqui (+1)... Venga, a ver:
- Hello?
- [Parrafada incomprensible en francés.]
- Oh, sorry, do you speak English?
- No.
Se ponía la cosa estupenda. Pero como había voluntad, conseguimos entendernos:
- Sud? Ouest?  Where? Where?
- Sud!
Y así todo. Todavía considero un milagro que nos viéramos en el kiss&ride, sobre todo porque Adri y yo nos perdimos en el aeropuerto. Lo bueno de encontrar al señor de Uber es que ya podíamos comunicarnos en el idioma universal: las señas. Así me indicó que uno se tenía que poner en el asiento delantero, señal clara de que los servicios de Uber no son del todo legales aquí.

"20 minutos hasta casa de Fon", pensé yo, que iba delante, "al menos, serán tranquilos". ¡Craso error! El señor, pese a los evidentes problemas de comunicación se empeñó en darnos conversación. Nos preguntó de dónde veníamos, a qué nos dedicábamos, qué hacíamos en París y nos contó que sus padres van a Alicante a coger el ferry hasta Algeciras. A google gracias por la existencia de Translator.

Fon nos estaba esperando con la cama hecha y nos metimos en el sobre al poco de llegar. Cuando nos acostamos comentamos que las ventanas no tenían cortinas pero que bueno, que esto es Europa. Nos ha despertado un sol brillante a eso de las 6 de la mañana... Para enterarnos luego de que había contraventanas.

Teníamos un total de cero (0) planes para París. De lo poco que teníamos claro era el plan de transporte: billete de 10 viajes para llegar el centro y bici pública. Nos hemos ido con Fon a la estación y el billete de 10 viaje eran 10 billetes de 1 viaje. Que es lo mismo pero en modo ineficaz. Por suerte, la bici pública (Vélib) es sencilla de usar y sólo hemos necesitado un ticket. Por 1,70€ cada uno, teníamos 24h de bici, el equivalente a un viaje en metro. Ya os adelanto que lo hemos amortizado.

Hemos acompañado a Fon a su Universidad y hemos seguido con las bicis hasta la Ópera. París está haciendo un esfuerzo muy grande por introducir la bicicleta y hay mucho carril bici, en muchos casos a contramano. También es cierto que la carga y descarga y el aparcamiento irregular consiguen que el carril bici sea disfuncional. Por otro lado, como esta ciudad es un atasco continuo, los coches van a 10km/h y el riesgo es poco.
Adri con las bicis de  Vélib

Desde la Ópera hemos ido andando hasta el Louvre para no entrar: no nos apetecía nada meternos en un edificio con el día que hacía. Así que nos hemos ido andando por las Tullerías, sentándonos al sol en mobiliario urbano móvil (un acierto) y nos ha hecho una foto un secreta en la Concordia. Ojo, que se lo hemos pedido nosotros, pero es que pensábamos que era un señor normal.

El señor que nos hizo la foto tenía prisa.
Sillas individuales que se mueven. Estoy enamorada de esa idea.
La foto que nos hizo el secreta. Tenía menos prisa que el señor del Louvre ;)

Los Campos Elíseos estaban engalanados con policía armada hasta las cejas y banderas españolas y francesas, señal clara del paso del Borbón por allí a hacer lo que no se atreve a hacer en España: homenajear a los republicanos que liberaron París. Pero me desvío del tema.
Banderas españolas y francesas [foto desde la bici, en un semáforo en rojo]
Hemos vuelto a coger las bicis para bajar los Campos, hasta el Arco del Triunfo, que es una rotonda gigante sin ningún tipo de sentido. Luego nos hemos enterado de dos cosas: que el código de circulación no específica prioridad de circulación en las rotondas y lo normal es que tenga prioridad el que entre (esto explica por qué nadie nos cedía el paso yendo por dentro); la segunda, que los seguros no cubren accidentes en el Arco del Triunfo. Que no me extraña, porque la que había liada era peor que Plaza de Castilla. Aún así, hemos circulado con tranquilidad y hemos llegado al Trocadero, a dejar las bicis y a buscar un baño y un supermercado.

Debíamos seguir con la lógica de Londres: en los parques hay baños públicos. Error. Tras comprar una ensalada, nos hemos ido al Bois de Boulogne a comer en el césped y no había un maldito baño público. Tampoco había una cafetería, con excepción de una en mitad de una isla a la que se accedía en barco previo pago de 1,50€. Mira, no. Otra habrá. Pues no. Al final, hemos vuelto a nuestros ancestros y hemos hecho pis en el bosque, con la seguridad de que estábamos contraviniendo alguna normativa pero haciéndole caso a la naturaleza.

Bici de nuevo y al Trocadero y la Torre Eiffel. Era el punto neurálgico de turistas y de coches, porque vaya atasco había allí montado. Fotos de rigor pero sin poder subir: tendríamos que haber comprado la entrada hace semanas y, aún así, hacer cola. Nos hemos terminado sentando en un banco a la sombra y yo he aprovechado para echarme 10 minutos de siesta que me han dejado nueva.

¡París!
¿A que tengo mejor cara después de la siesta? 
Más bici y por la orilla del Sena hacia el Louvre de nuevo a recoger a Fon y a Notre Dame. Tampoco hemos pasado porque hoy no teníamos ganas de edificios por dentro. A las 7 habíamos quedado con Raquel y con Nacho (y con Luna e Iván, sus niños) para tomar algo y cenar.

[Pausa para dormir, que estaba muerta, termino la crónica en el tren camino a París]

Quedamos en un bar friki, lleno de referencias a películas y donde la gente quedaba a jugar. Nosotros nos lo ahorramos, que era ya la hora de cenar y había hambre. En el bar, por alguna razón, tenían patatas bravas; las pedimos por hacer la gracia y ahora necesito volver a Madrid a resarcirme. Raque nos estuvo contando en qué consistía su trabajo: I+D de galletas. Ahora quiero que me mande nuevos descubrimientos ;)

Los niños tenían que irse a la cama, lo cual es una excusa para decir que estábamos muertos después de todo el día y queríamos irnos a dormir. Descubrimos a las malas que la tan elogiada red de buses de París tiene un problema: las frecuencias caen hasta el submundo de la calidad del transporte y el autobús que por la mañana pasaba cada 6 minutos ahora lo hacía cada 45. Evidentemente, acababa de pasar. Tuvimos suerte y vino otro que nos acercaba, a pesar de que el SAE decía que tampoco porque el mono borracho debe ser el que maneja el sistema.

Ya en casa de Fon descubrimos varias cosas: que estábamos llenos de polvo y pegajosos, por un lado, y que nos habíamos quemado cual guiris en Benidorm. Gracias a que ya sabemos cerrar las contraventanas, hoy hemos dormido hasta las 8. Nos espera un día duro, así que lo vamos a agradecer.
Vamos camino de París a lucir un moreno albañil de lo más cool.

23 marzo, 2015

Días de crepes y amor

La carraquita de Renfe y nosotros
Murcia era el primer destino que Adri y yo teníamos previsto para 2015, tras volver de nuestras largas vacaciones en Watford. Se escapó un viaje a Barcelona por medio, aprovechando que teníamos que ir por trabajo. El plan original era ir con las bicis y hacer alguna ruta, aprovechando que Murcia es plana (hola, yami) y que suele hacer buen tiempo. Al final, alerta spoiler, ni nos llevamos las bicis ni ha hecho buen tiempo. Lo primero, porque logísticamente era complicadísimo trasladar las bicis: teníamos que llevarlas a la oficina y luego ir en bici a Atocha porque no nos dejan meterlas en ningún medio de transporte; para Adri hubiera sido sencillo porque trabaja al lado, para mí, una odisea desde San Blas. Así que decidimos alquilar allí. Pero al final el tiempo no ha acompañado y hemos hecho poca bici pero muchas otras cosas.

El miércoles nos plantamos en Murcia tarde… tanto en hora como en horario, que el Altaria (que Migue definió como “una carraquita de Renfe”) llegó con 20 minutos de retraso. Aparecimos en casa de Bego, nuestra anfitriona, cuando ya era jueves, pidiendo cama y descanso con urgencia.

El jueves amaneció tormentoso: lluvia, viento, nubes. Eso sí, Bego nos había preparado unos crepes estupendos que devoramos rellenos de nutella… Evidentemente, ya habíamos descartado las bicis. En su lugar, habíamos confirmado nuestra disposición a que los padres de Pablo nos hicieran caldero murciano para comer. Todo muy típico, en una zona inmensa de huerta, llena de naranjos y limoneros; los abuelos de Pablo habían sido los aguadores del pueblo, y la parcela conserva todavía algo de la maquinaria antigua de extracción de aguas. De hecho, como ha sido históricamente un punto importante, tienen hasta parada de autobús en la puerta. Antes de la comida nos dio tiempo a un pequeño paseo por el campo aprovechando que no llovía. Bego nos llevó a lo alto del monte por el “camino para adultos”, excursión que se zanjó con un vendaval en la cima del montecito y una caída por mi parte al bajar del bancal, no haya viaje sin que Marta se caiga.

El caldero estaba exquisito. Estaba hecho con un pescado que yo no conocía, llamado mújol, un pescado blanco muy suave y muy sabroso, que parece ser que es típico de allí. Inauguramos así el puente de comer de manera superlativa, con postre a base de melón, tarta de manzana y buñuelos de viento. La siesta era obligatoria después de semejante comilona, aunque no sin antes recoger naranjas y limones de la huerta. Creo que jamás he probado unas naranjas y unos limones tan fragantes; a Madrid nos llegan ya frigorizados mil veces.

Esa noche decidimos ir a ver el final-final-ahora-sí-director cut de Blade Runner, que acaban de estrenar en cines, en versión original. ¡Y nos fuimos en tranvía! Un servicio que está como sin terminar, sirviendo sólo a dos barrios de la ciudad y sin pasar por el centro, pero muy majo. Eso sí, frecuencias de media hora, luego dirán que no se usa y se preguntarán por qué… Blade Runner termina igual y los androides siguen soñando con ovejas eléctricas, aunque la película no lo diga. Cenamos por allí con Pedro, que se nos había unido para el plan cinéfilo, y hablamos de política y de España y de en qué se está convirtiendo este país.

El viernes volvió a amanecer lloviendo y nos entró una pereza absoluta que se saldó con un desayuno que parecía un brunch a base de huevos, bacon, ensalada caprese, café y mucha conversación. No recuerdo en qué momento dejamos de desayunar y nos pusimos a comer musaka, la verdad. Bici no, pero comer nos hemos comido Murcia. Siesta, cómo no, y al museo de la Ciencia y del Agua, llamado así porque el agua no es ciencia, claramente. Pequeño fail, aparecimos a las 18.30 y cerraban a las 19, así que los niños de Bego pisaron unos charcos por allí (nada científico pero muy gratificante para ellos) y nos volvimos a casa que teníamos cena de cumpleaños de Txema. De camino, nos encontramos de nuevo con Pedro que se nos unió ya y cuando íbamos a comernos unos helados, nos desviamos hacia una quesería y terminamos comprando unos quesos deliciosos para la cena. La maquinaría se puso en marcha con la llegada de Txema a casa de Bego y la casa empezó a oler a aderezo de hamburguesa (más bacon, cebolla, tomate…) y quesos y jamón ibérico. Vinos de la tierra, del que me quedo especialmente con el llamado Infiltrado. En serio, fue una gochada deliciosa de cena cuyo postre fueron unos cubatas hechos con limones de la huerta. Como hay que saber retirarse con elegancia, como bien dijo Pedro, nos acostamos a eso de la 1 sin estar apenas borrachos.

¡Bici! (Foto de Bego)
¡Y por fin llegó el sol! El sábado amaneció radiante y, tras desayunar de manera contundente, decidimos ir a alquilar una bici (la otra nos la dejó amablemente Pedro) e irnos a de ruta junto al río Segura. La logística de niños y trastos siempre es complicada, pero habiéndonos levantado con tranquilidad casi a las 10, a las 12.30 estábamos pedaleando río arriba.  Un carril bici nuevo pero que parece un pelín escaso para la cantidad de gente que había en un día festivo. Un par de veces estuvo a punto de atropellarnos algún motivado con ganas de correr por una zona con niños.

Pero hacía buen día, y nos apetecía comer en el campo, así que de camino a “Casa Paco”, en el Malecón, nos encontramos con un sitio llamado “Los Pájaros – Ateneo Huertano” con un patio lleno de mesas al sol y una pinta estupenda para quedarnos a hacer la fotosíntesis. Bonus track: el sitio parece ser el punto de encuentro del grupo poliamor de Murcia y Alicante y esa tarde había una charla. No nos quedamos, pero.


Comimos estupendamente, destacando la respuesta de Bego a la pregunta “¿Queréis café?”: “Café no, pero otro trozo de tarta de queso sí me comería”. Los niños estaban agotados y se habían quedado dormidos encima de la mesa, así que decidimos que era el momento de volver a Murcia. Además, empezaba a tronar de nuevo.

Como era sábado Bego nos propuso ir a una actividad llamada “Tardeo”: un café reconvertido en disco bar de 4 a 10 de la noche. A pesar de la siesta, llegamos al Tardeo del Kennedy a eso de las 8 y estaba de bote en bote. Un ambiente genial, la verdad, y una idea que me pareció espléndida: te tomas unas copas, te vas a cenar y a la cama temprano. Nos recibió Belén, la organizadora del evento, que nos contó que está funcionando verdaderamente bien, y que en cuanto termina la fiesta a las 10 reconvierten el sitio en café y aquí no ha pasado nada. La verdad es que a las 9 y media la gente empezaba a irse a cenar y nosotros hicimos lo mismo: ¡sushi! En un japonés al que nos llevó Bego que estaba todo exquisito. Seriously, qué niguiri de atún con foie flambeado. Lo demás estaba muy bueno, pero ese niguiri era para enmarcarlo. De hecho, repetimos. Y luego nos fuimos a buscar el helado que no nos habíamos comido el viernes y que tampoco nos comimos el sábado pero al que sustituí por un crepe de nutella, porque nunca se ha comido suficiente nutella. Vueltecita por los bares y a casa, que nos esperaba la cama y el viaje.


El domingo fue día de desayunar crepes (sí, qué pasa), recoger, despedirnos y volver a Madrid. La carraquita de renfe no se retrasó en su llegada a Madrid, aunque venía tarde de Cartagena. Salimos de Murcia lloviendo y llegamos a un Madrid nublado y un poco triste.

Tanto Adri como yo nos volvemos con muy buenas sensaciones, pero eso nos lo quedamos para nosotros. Volveremos a Murcia.

08 enero, 2015

[London Christmas] Quinta crónica: bye bye, UK.

El viaje a los Cotswolds no fue pasado por agua: fue pasado por niebla. Así que los preciosos paisajes de los que nos habían hablado quedaron para otra ocasión, porque no se veía más allá de unos cuantos metros desde la carretera. Para compensar, estuvimos viendo unos pueblos muy monos, pero muy de película de terror: casas de piedra antigua en pueblos de una sola calle, con algún establecimiento cerrado, marcos de madera y humedad a más del 100%, seguro. Estuvimos en tres; el último de ellos en verano debe convertirse en Eurodisney, por la cantidad de tiendas y restaurantes que había. Eso sí, muchos de ellos cerrados hasta febrero por vacaciones post-navideñas, para que luego digan que los españoles tenemos más vacaciones que nadie.
 
La zona es muy recomendable: los pueblos tienen unas iglesias rodeadas de cementerios increíbles para lo pequeños que son. Íbamos con la idea de comer en un restaurante que nos habían recomendado Dácil y Kike pero nada, cerrado por vacaciones. La oficina de turismo, cerrada por vacaciones. Así que terminamos preguntando en un bar que aparentemente había salido en la tele (había carteles de “as seen in TV”) y donde ponían comida típica de pub inglés pero se definía como salón de té. Desconcertante, pero nos dejaron pasar con Eme, así que estupendo: los 0 grados que hacía en la calle no acompañaban y yo me veía comiéndonos un kebab en el coche con la calefacción a tope.
 
La vuelta a Watford por carreteras secundarias llenas de niebla fue una aventurilla, pero afortunadamente no había mucho tráfico y conseguimos llegar a la autovía sin ningún percance. Ese día creo que cogimos un poco de frío, porque al día siguiente estábamos los dos un poco tocados. Aun así, y puesto que era el último día, decidimos irnos a Londres a darnos una última vuelta y despedirnos de la ciudad. Además, teníamos pendientes dos visitas: las estaciones de St Pancras y King Cross y el British Museum.


Las estaciones están una al lado de la otra, aunque sus vías no se comunican, sumando un poco más al caos que es el tráfico ferroviario en Londres. St Pancras es una estación de ladrillo visto muy chula; además, es la única estación internacional de Reino Unido: donde llegan los Eurostar desde Francia, por el Canal de la Mancha. La conclusión es obvia: está infrautilizada y apenas había pasajeros, confirmando la idea de que el túnel submarino no está dando los beneficios esperados… Igual si no costase la pasta que cuesta, sería competitivo frente al avión, pero así… En fin, a King Cross a buscar el andén 9 y ¾. Os adelanto que estuvimos a punto de no encontrarlo, porque han reformado la estación y en vez de estar entre las vías 9 y 10 (donde actualmente no hay andén) lo han puesto en una pared ¡y hay cola! Tal cual, una cola de gente para hacerse una foto con el carrito de maletas y la lechuza falsa a medio entrar de las películas de Harry Potter. Nos quedamos muy alucinados y, evidentemente, no nos hicimos una foto. Por otro lado, está situado en perpendicular a las vías así que no tiene ninguna credibilidad técnica y recibió nuestra más airada desaprobación.
 
Decidimos pasear por Camden hasta llegar al British. Los dos lo habíamos visto ya, así que íbamos más por tener el check en este viaje y dar una vuelta por sus salas, tan impresionantes. Comprobamos que la piedra Rosetta sigue en su lugar y sin cambios aparentes y comentamos que la humanidad sería distinta si los egipcios, en su día, hubieran querido que sus documentos oficiales estuvieran escritos únicamente en su idioma. Vimos las momias y comprobamos que lo que más hay en el museo se puede enmarcar en la categoría “souvenirs”. Alucinante la cantidad de tiendecitas que han puesto por casi cualquier lado. Y el precio de las cosas, que yo quería comprarles a Antonio y a Carlos un patito de goma disfrazado de egipcio pero salía por la friolera de 5£.
 
Aguantamos poco en el British, la verdad: entre que estábamos un poco tocados, la gente que había, y que no ha cambiado nada en los últimos años nos fuimos temprano con la idea de comer por el Soho y volvernos a Watford. A pesar de que estábamos revueltos terminamos comiendo en un indio porque WHY NOT. Uno famoso, aparentemente, con una comida muy rica, llamado Punjab. Con esto ya teníamos otro check en Londres: los restaurantes indios son más habituales que los pubs ingleses, o casi. La verdad es que comimos mucho y muy bien, y entramos en calor y los indios son bastante bordes, aunque Adri dice que es el mismo modelo de indio que hay en Lavapiés, así que será cultural. La última visita fue a Forbidden Planet, una tienda de frikismos variados. Yo la recordaba de la última vez que estuve en Londres… pero estaba distinta. Sigo creyendo que estaba en remodelación porque había cuatro cosas y no, no había dos plantas. La resaca post navideña.
 
Nos despedimos de Londres con una de las pocas compras que he hecho en este viaje: un pijama horroroso pero que es un mono y es comodísimo. Es horroroso, de verdad, con un estampado de motivos navideños que haría vomitar a Papá Noel pero ES CÓMODO. Que ni me lo probé, porque estaba destemplada y cualquiera se quitaba toda la ropa.
 
En Watford nos esperaba Eme, que yo creo que sabía que nos íbamos porque había visto ya las maletas y estaba como muy nerviosa. Después de todo, a mis gatos les pasa exactamente lo mismo. Pero teníamos que limpiar el piso, llamar el taxi y prepararnos, en definitiva, para volvernos el martes a España. Nos despedimos de los vecinos, que tan bien se han portado con nosotros.
 
El martes amaneció lluvioso. Según la BBC, se esperaban lluvias los siguientes días… así que escapamos justo a tiempo. Habíamos llamado a un coche de alquiler con conductor (algo así como Uber en legal, pero no lo tengo claro ahora); como en la tarjeta ponía que aceptaban pago con tarjeta, nos dejamos todas las libras que nos quedaban en casa de Dácil y Kike. Debíamos ir con 7 libras en total, como ya volvíamos a España… menos mal que se nos ocurrió preguntar. La respuesta fue… desconcertante: “es que si os cobro con tarjeta os tengo que cobrar un 20% más de IVA”. ¿Cómo? ¿Qué esto no iba con impuestos? Le dijimos que bueno, que no teníamos dinero en efectivo y nos contestó: “No, es que no os puedo cobrar con tarjeta, pero de camino hay un cajero automático”. Así que tuvimos que sacar 30£ para pagar al conductor… También nos acordamos mucho del mantra “esto sólo pasa en España” que, oh sorpresa, resulta que no.
 
El viaje de vuelta fue estresante. Y es que yo no pagaría un billete en primera clase pero sí pagaría un billete que me garantizase viajar lejos de cualquier niño: teníamos dos delante y dos detrás y aquello no terminó en la comisaría porque mi libro era mucho más interesante que la realidad. Pero, en serio, dos horas y media de niño 1 llorando porque quería casito y niño 2, bebé que viaja encima de su padre, pateando mi asiento… Vamos, que agradecimos llegar a Madrid, donde nos esperaba la ineficacia habitual de la EMT y el sol. Pero sol de verdad, no como el que habíamos visto en UK, que parecía tímido. También los gatos, que están muy pesados desde el martes hasta el punto de que creo que me ha crecido un Miles en el regazo.


 
Como esta es la última crónica, no puedo menos que hacer un balance general:

  • Eran las primeras navidades que pasábamos fuera de España y han sido RELAJADAS. No había comidas de navidad, ni compras de navidad, ni estrés general de navidad. Muchos de los días nos hemos levantado y hemos decidido sobre la marcha qué nos apetecía y qué no. Eso ha sido un lujo asiático, debido fundamentalmente a que…
  • Yo hacía años que no cogía 3 semanas de vacaciones seguidas y ha molado mucho. Desconexión total y absoluta del trabajo y sus estreses. Mi jefe ha estado calladito, cuando yo temía que me llamara en algún momento para algún marroncete de estos así como casual que le gustan tanto.
  • El poder contar con un piso totalmente equipado para nosotros solos ha resultado algo excepcional, en cuanto a que estábamos cómodos y podíamos cocinar y hacer vida normal. Estamos muy agradecidos a Dácil y a Kike por habernos dado la oportunidad de disfrutar de su casa, que además es muy confortable. El colchón radiante es algo que estamos estudiando con mucha atención.
  • La experiencia cuidando a un perro ha sido muy buena, aunque creo que se ha debido más a que era Eme, que se ha portado estupendamente todo el rato y es súper cariñosa. Sigo manteniéndome en mi gatofilia a la hora de tener animales.
  • Hemos tenido una suerte terrible con el tiempo. En una ciudad donde llueve más de 100 días al año (33%), nos ha llovido únicamente 2 días en 3 semanas (9%). El primero nos dio igual porque no había transporte y no pensábamos salir, pero en Oxford fue bastante más molesto.
  • UK me parece cada vez más un país con un montón de cosas que ofrecer e igual nos terminamos animando a buscar trabajo por allí. Quién sabe. Sigo pensando que la calidad de vida en España es muy alta porque ofrece muchas otras cosas pero unos años… Si me adapté a Alemania, UK no puede ser más difícil y ya conocemos gente allí.
  • Íbamos con la idea preconcebida de que los ingleses no saben comer y hemos venido con la idea confirmada. No es que no sepan comer, es que incluso la materia prima es insípida y poco se puede hacer con esos mimbres. Y hay frigoríficos y frigoríficos de comida precocinada. Y le echan chorizo a todo (y automáticamente es español).
  • El sistema de transporte es complejo y la privatización de los servicios ferroviarios hace que sea bastante caótico. Sin embargo, tienen algunas muy buenas cosas que deberíamos importar a España. Me la juego a que el Consorcio o Renfe innovarán dentro de 10 años.
  • La globalización del comercio consigue que hayamos dejado de fijarnos en las tiendas o de ir a verlas, siquiera. Al final, cualquier cosa se consigue en Madrid o por internet, y no hay que cargar con ella. La parte buena es que deja fuera del radar un montón de cosas y no perdemos el tiempo en pensar si vamos o no a Harrod’s: ya lo compraremos en El Corte Inglés.
  • Londres es una ciudad que me sigue encantando y que tiene muchísimo que ver. Me da una envidia enorme la cantidad de parques que hay y lo bien cuidados que están. No me da ninguna envidia el precio de la vivienda ni el atasco continuo en el que viven. Tampoco el precio del transporte.
  • En la parte económica, nos ha salido muy bien: 750€ por persona, todo incluido. Se lleva la palma el transporte: 42% de los gastos, incluyendo el vuelo (que es sólo un 11% del total, ojo). No hemos comido mucho de restaurantes, así que por ahí nos ha salido muy bien.
Y ya en Madrid, planificando nuevos viajes. El próximo destino internacional ya lo tenemos en mente:París, oh, la, la. Aprovecharemos que tenemos unos gobernantes que son unos meapilas para irnos en el Corpus a ver a Fon y a Inés (e imagino que veremos de paso a Raque y a Nacho), que se mudaron en septiembre y nos ofrecen alojamiento y compañía. Aunque antes tenemos la intención de volver a coger las bicis e irnos a Murcia un finde largo y quizá a hacernos el Canal de Castilla, entre Palencia y Valladolid (bonus: ambos lugares son llanos).
 
¡Hasta la próxima crónica!

03 enero, 2015

[London Christmas] Cuarta crónica: left-side driving.

Hubo Salmón Wellington y, lo más importante, no nos sentó mal. Cierto que quedó un poco soso pero creo que fue porque no le eché suficientes historias. Entendedme, me da que confundí 1 tbs con 1 Tps pero es por la manía que tienen estos de medir cosas con cucharas distintas. 



Lo que fue un poco depresivo fue comparar el programa de Nochevieja de TVE con el de la BBC: Ramonchu con su capa y dos millones de anuncios vs un concierto de Queen y 10 minutos de unos fuegos artificiales brutales a la orilla del Támesis. Pero celebramos el año nuevo día veces, y comimos 12 cosas a las 12 de España y brindamos con la cuenta atrás a las 12 de UK, que es lo que importa.


Al día siguiente teníamos un plan y pocos trenes: ir a ver la New Year's Parade de Londres, que empezaba a las 12 del mediodía en Green Park. Hubo que poner el despertador por primera vez en 2 semanas (DRAMA), pero a las 10.29 estábamos cogiendo en tren en el andén correcto, Eme incluida. Como hacía una rasca de ir los grajos por los túneles del metro, íbamos forrados de ropa y Eme con su impermeable.



No la vimos entera, ya os lo adelanto, porque nos colocamos al lado de Picadilly a las 11.30 y a las 13 estábamos a punto de morir mitad de frío, mitad de desconcierto. Y es que la cabalgata es RARA. No tiene una temática ni un hilo argumental aparente más allá de "gente y cosas que desfilan". El primer grupo era una banda de música con majorettes de una High School de Texas, seguido por un grupo de coches de caballo vestidos como si acabaran de salir del rodaje de Downton Abbey. Y así todo: Transport for London sacando autobuses antiguos salpicados entre grupos, más majorettes yanquis, restos de los juegos olímpicos Londres 2012 (y lo ponía así), una carroza de un circo, un grupo de una escuela de baile local, representación de algún distrito en forma de coche con carteles impresos... Desconcertante.

Así que entre el frío, la heterogeneidad y la gente (teníamos al típico niño cabrón que se te pone detrás con su abuelo y al final, no se sabe cómo, terminan los dos en primera fila a base de dar codazos), decidimos que la 1 era una buena hora de irse a comer en algún pub caliente. La jugada de Camden no nos funcionó y no tuvimos éxito con restaurantes dogs friendly; la mitad estaban cerrados, probablemente recogiendo los restos de la fiesta de la noche anterior. En un sitio que estaba abierto y que ponía en la web que aceptaban perros nos pusieron mala cara y ya tienen una crítica negativa en yelp, ea.

No vimos nada claro lo de comer en Londres y...
- Nada, hacemos unos espaguetis con pesto en casa. ¿A qué hora sale el siguiente tren, Adri?
- En 20 minutos, pero Google Maps dice que tardamos 25 en llegar. El siguiente en 40.
- ¿Cómo vamos a tardar 25 minutos en llegar, si estamos AL LADO? Google, que es muy conservador.
- Vamos a intentarlo.
Y llegamos, después de hacer el último tramo corriendo. El tren salió 30 segundos después de que nos hubiéramos subido asfixiados de calor (recordatorio: íbamos forrados de ropa).

El viernes teníamos alquilado un coche, que, evidentemente, está mal hecho y tiene el volante en el lado del copiloto. Los británicos, que son muy así. Yo me levanté esa mañana con una idea en la cabeza: teníamos que coger el seguro a todo riesgo. Que nunca pasa nada, pero que jamás habíamos conducido por ese lado y era fácil llevarse el retrovisor con una columna. Lo cogió Adri, ya que el alquiler estaba a su nombre y nos vinimos hacia Church Road a por Eme. Digamos que tuvo un rato de conducción urbana que fue muy divertido de ver aunque dudo que él lo pasara también. Se hace raro, yo iba sentada en el sitio donde voy normalmente conduciendo. Pero al final te haces, sólo una vez intentó irse al "carril correcto" (según nosotros).


El destino era Cambridge. Quedaba teóricamente cerca, a poco más de una hora. Buscamos un parking que no fuera carísimo en la web de turismo y que no estuviera donde Cristo perdió el gorro... el GPS nos llevó por algunas calles interesantes de conducir, pero lo que no nos había dicho es que el parking iba a estar con el de Sevilla un sábado por la noche. Sí, tuvimos que hacer cola para entrar. Eme estaba deseando salir del coche y le encantó encontrarse con una gran explanada de césped donde echar una carrera.

Para mí era raro estar en Cambridge y no estar con Alex y con Estela, la verdad, pero ya iremos a verles a Munich. Como no teníamos guías, nos fuimos a la oficina de turismo, a que una señora sin ganas de trabajar me vendiera un plano por 2£ y no me diera ninguna explicación (cuando había otra contándoles un montón de cosas a otras turistas). Nos fuimos a hacer la ruta marcada en el plano, que nos dio un paseo por la zona histórica de la ciudad. 

El centro histórico de Cambridge es muy pequeño, pero muy cuco. Mucho edificio antiguo, con todos los college universitarios que, evidentemente, luchan por ver cuál es el más antiguo. Eso sí, el vecino tenía razón: en Cambridge hace un frío de la leche (según él, porque no hay ninguna montaña que les separe de Rusia). Comimos junto al río Cam y uno de sus puentes, en un pub dogs friendly con un servicio tan lento que casi pedimos también la cena.

La tarde en Cambridge nos llevó a dar un paseo junto al río, por una pasarela de madera que no sé yo, y a pasar junto a una iglesia redonda y un montón de college cerrados. Adri no se quiso comprar un sombrero y una capa, a pesar de que yo le dije que iba a quedar muy british todo, así que nos fuimos yendo hacia el parking, que ya anochecía y todavía teníamos que volver a Watford. 

Al llegar, terror: no teníamos plaza de aparcamiento; y es que esta calle es o zona azul o sólo residentes, pero delante de la casa hay un par de plazas de aparcamiento que normalmente usan los vecinos de arriba porque Kike y Dácil no tiene coche. Esa mañana había ido yo a pedirles que nos tenían que dejar el hueco el fin de semana y nos habían dicho que ningún problema. Pero al llegar, ahí estaban los dos coches aparcados y nadie en casa. Los vecinos de al lado, los que cuidan a Eme y nos invitan a tomar el té, nos habían ofrecido la suya y aparcamos ahí, pero no nos hizo ninguna gracia.

Hoy el día ha amanecido lloviendo. Mucho. He cogido yo el coche porque tenía que probar lo de conducir por el otro lado. No ha sido tan difícil como yo creía que iba a ser; imagino que en parte porque ayer ya me acostumbré a ir por el otro lado y en parte porque tenía las expectativas muy altas. Siempre te dicen que hay que cambiar el punto de vista, espejándolo, pero lo cierto es que no todo está espejado: ni los mando del volante, ni las marchas, por ejemplo (esto es, la primera no es la que está más pegada a mi pierna sino la más alejada). La que más ha sufrido ha sido mi mano derecha, que se ha llevado varios golpes contra la puerta cuando he intentado cambiar de marcha, hasta que me he hecho a la idea.

El destino era Oxford y la ruta más sencilla que ayer, porque en seguida se cogía la autopista. A pesar de haber ido gran parte del camino por la M25, lloviendo, no nos hemos atascado (¡chúpate esa, Crowley!). Eso sí, el firme drenante, que ayer me molestaba muchísimo por el ruido que hacía, hoy lo he considerado algún tipo de bendición. Aún con la lluvia constante, estaba seco. Recordadme que le ponga una vela a Santo Domingo de la Calzada cuando vuelva a España (pista: no).

Habíamos reservado una visita guiada por la ciudad a la 1, así que nos daba tiempo a dar una vuelta. Pero la lluvia, no muy intensa pero de ese tipo que en España llamamos calatontos, y las baldosas mal puestas nos han dejado empapados en breve, así que nos hemos ido al museo de historia natural donde, como gran curiosidad, conservan una pizarra escrita por Einstein. Pero el edificio es muy bonito y la colección de trastos antiguos es muy interesante. De ahí nos hemos ido de cabeza a la visita, cuya que nos ha dado una vuelta por la universidad y nos ha hablado de lo que es el elitismo y el tráfico de influencias (sin ella saberlo): la mitad de los primeros ministros que ha tenido Reino Unido han estudiado en Oxford. Pero también nos ha contado acerca de los sótanos de la biblioteca Bodleian, que recibe una copia de cualquier libro publicado en UK (llegan los miércoles) y hemos entrado a uno de los College más antiguos (data del sigo XIII).

Yo quería ir a comer Chicken Pie a The White Horse y allí hemos quedado con una amiga granadina que reside desde hace años en UK gracias a la política de empleo estable en el ámbito sanitario de las Comunidades Autónomas. Típico pub inglés donde hemos comido estupendamente, nos hemos calentado y nos han echado amablemente trayéndonos la cuenta sin haberla pedido. Aunque ya no llovía, nos hemos ido a otro pub, The Eagle and Child, porque hoy 3 de enero es el cumpleaños de Tolkien y es ahí donde se juntaba con CS Lewis y compañía a beber y hablar de literatura. Brindis por el profesor con un vino caliente especiado que nos ha sentado estupendamente y a casa, que el ticket del parking se terminaba y había que volver.



Evidentemente, los vecinos han vuelto a olvidarse de dejarnos el sitio (y no estaban)... pero en fin. Mañana nos espera un viaje a los Cotswolds y el lunes volveremos a Londres a despedirnos. 

¡Un beso y feliz año!