Esporádicamente me pregunto si realmente puede haber tantos tipos de amistad como se desprende de las opiniones de alguna gente con la que he hablado del tema. Creo que, básicamente, se pueden dividir en dos corrientes de opinión distintas, que se diferencian en algo muy básico: el tiempo.
¿Qué tiempo le dedicas a ese amigo o a esa amiga?
Yo soy de la opinión de que a un amigo hay que cuidarlo, hay que quererlo, hay que dedicarle un mínimo de tiempo. No creo que haya un tiempo fijo, ni siquiera que tenga que ser el mismo tiempo para todos, pero si esa persona es amiga, si realmente conoces a esa persona, sabrás el tiempo que necesitas dedicarle. O más bien, el tiempo que ella necesita que le sea dedicado. Evidentemente, no tiene porque ser el mismo para uno que para otro, y habrá que sopesar cuidadosamente cómo se actúa en función de la persona que tienes enfrente... de ella y de sus circunstancias. No es fácil, pero ¿quién ha dicho que tener un amigo es fácil? Y digo un amigo o una amiga de verdad, no un conocido con el que mantengas más o menos contacto.
Para mantener una amistad, para que la otra persona se sienta querida, se sienta protegida, incluso, sienta que ahí realmente tiene un amigo, que no se ha quedado todo en simples palabras, hay que trabajar, y hay que querer. Nadie es perfecto, yo la primera, y todos podemos equivocarnos. Metiéndome en otro tópico, ya se sabe que el género humano es el único que tropieza dos veces en la misma piedra. Pero ¿y cuándo ya empiezan a ser más de dos y más tres veces? ¿Hasta dónde puede llegar la capacidad de perdonar? Y no sólo eso, ¿hasta dónde puede aguantar una amistad? ¿En qué punto se rompe? A nadie que sea amigo le puede llegar a extrañar que, un día, la otra persona no aguante más. Y si realmente le extraña, si no ha sabido ver todos los síntomas y todos los detalles que han anticipado la llegada al punto de rotura (si se me permite la analogía mecánica), es que no ha procurado cuidar esa amistad. Simplemente, ha olvidado dedicar tiempo, ha olvidado dedicar algo más de todo a esa persona, que lo que se dedica a la persona que nos despacha en Mercadona.
¿Cuánto cuesta decir buenos días? ¿Cuánto preguntar por la salud? ¿Cuánto interesarse por la familia? En el momento en que este tipo de cuestiones se convierten en obligación, en el momento en que hay que pedirlo no una, ni dos veces, sino varias, infructuosamente, es señal de que algo falla. Al final, la amistad no difiere del amor en nada. Hay un momento en el que algo falla. Hay un momento en el que la confianza se pierde. Hay un momento en el que una visita o una llamada de teléfono son consideradas una obligación. ¿Y entonces qué? Cuando ya se han agotado las posibilidades de seguir pidiendo, las ganas de seguir llamando, la paciencia para seguir viéndolo... ¿entonces qué?
Siempre me he negado a huir de las situaciones complicadas. No merece la pena, y no creo que se consiga solucionar nada. Pero, ¿qué hacer cuando se tiene la impresión de que, hagas lo que hagas, te golpeas, una y otra vez, contra un muro de hormigón? Cuando no se devuelven las llamadas, ni los mensajes, y se tiene le impresión de que, si se habla alguna vez, es para no perder del todo la educación y mantener hipócritamente la apariencia de normalidad.
La otra corriente a la que me he referido al principio, es justo la contraria. Si realmente tienes un amigo, no hace falta que se cuide esa amistad. ¿Hasta qué punto es cierto? ¿Hasta qué punto una amistad puede sustentarse sin un mínimo contacto, sin un mínimo de relación? Evidentemente, siempre hay momentos mejores que otros, temporadas en las que, por una razones u otras, el contacto se reduce a la mínima expresión. Pero no creo que esa pueda ser la constante de la relación. Probablemente podría sacar argumentos que apoyasen esta corriente de pensamiento , pero puesto que no la entiendo ni creo en ella, no voy a hacer de abogada del diablo.